12.30.2006
12.26.2006
Herodoto somos todos
Restablecer la verdad y grabarla a fuego para las generaciones venideras es el trabajo de los buenos historiadores, una tarea que requiere honestidad, perseverancia y tiempo. Pero nosotros no podemos esperar. No podemos tumbarnos a dormitar mientras aguardamos a que llegue el Herodoto que habrá de contar lo que nos pasa; si es que existe. Las personas de ahora mismo, especialmente aquellas que disfrutamos del inmenso privilegio del uso de las nuevas tecnologías, no podemos ni queremos ni, sobre todo, debemos esperar. Tenemos la obligación de acercarnos a la verdad tanto como nos sea posible, y la sagrada responsabilidad de divulgarla. Los hechos del presente nos atañen, lo hemos dicho en las calles y espero que seamos capaces de regresar a ellas tantas veces como nos sea preciso. Y si los hechos nos competen, también su narración.
No podemos permitir que se adueñen del relato periodistas surtidos con un uniforme de camuflaje y un carné plastificado amarillo, proporcionado por el comando militar norteamericano de Kuwait, en el que figuran el nombre del usuario, su fotografía, el emblema de la Operación Libertad Duradera, y el lema: "No Dudaremos, No Fracasaremos". No podemos permitir que nos suministren la información enviados especiales y habituales, que parecen excitarse al nombrar el tamaño y la capacidad de actuación de los aviones, o al enumerar la cantidad de bombas y su efectividad. Tampoco debemos ponernos en manos de los llorones narradores adictos al calor local, ni de los recolectores de las anécdotas humanas, ni de los intrépidos libertadores de ciudades oprimidas. Ni siquiera debemos confiar en aquellos que, de la verdad, nos contarán la parte que más nos apetece conocer, la que no nos perturba.
Si algo hemos aprendido en los últimos meses, a fuerza de navegar por la Red y de protestar y de buscar, es qué hay mucho que mirar y analizar y seleccionar, y que únicamente aislando partículas y yendo de un lado a otro y volviendo, y dudando y recomponiendo, lograremos aproximarnos a lo que ocurre en la realidad. La experiencia ha sido intensa. Mentiras que empujan a la guerra, cuidadosa y variadamente envueltas en crujientes estuches de justificación, han sido pronunciadas hasta la saciedad en las tribunas públicas. Frases rimbombantes de estadistas y de su correspondiente floración de acólitos, tan pródigamente difundidas, han bateado nuestros oídos hasta dejarlos grogui. Pero nos hemos defendido y hasta hemos contraatacado. Y ahora, hartos de propaganda y de milongas, nos encontramos con un entrenamiento del que no disponíamos ante otros conflictos del pasado. Poseemos instrumentos para la comunicación, y la seguridad de que ahí estaremos, cada cual en su sitio.
Conocemos los nombres de los independientes, de los libres. Sabemos quiénes son los represaliados, los desterrados, los desafectos. Y no queremos contemplar pasivamente el espectáculo. Pasividad es complicidad. Complicidad es crímen.
Que ni por un minuto nadie crea que el mal que distribuye ha pasado por bien. Y que no se nos olvide exigirles que paguen por el mal que hicieron.