12.30.2006

Elegía para el mundo

Descansa en paz, Hussein, tan culpable como eres: espejo de una época que mira en ti (y en otros como tú) lo que no se atreve a mirar en ella misma.

12.26.2006

Herodoto somos todos

Foto de imágenes pegadas en la esquina de Ezequiel Montes y Universidad Estoy de vacaciones... de vagaciones, de hecho. He andado viajando un poco como hace tiempo no lo hacía. Estoy recordando la tierra y la familia de la que vengo. Cerré un semestre, una carrera. Egresé. Han pasado cosas importantes en mi vida (para mí, obviamente) desde la última vez que publiqué aquí. O dónde sea. Gente vino, gente se fue, gente se vino, gente fue. y yo sin escribir. Sin ánimos de escribir. Siendo tan estúpidamente permisivo como nuestros políticos y gobernantes; callándome, refugiándome. Simple y sencillamente, sin escribir. Y en éstas vacaciones, cuando empiezo a buscar qué y por dónde escribir, me topo con una revista de cuatro años ha. El País Semanal (EP[S], española) del 23 de marzo del 2003 y me encuentro un artículo que me hace reflexionar -tardíamente- y querer volver a escribir, pero de manera ordenada y conciente, y que quiero compartir con ustedes. Herodotosomostodos Por Maruja Torres Antes, durante y después de una guerra, lo que más permanece y se arraiga es la mentira. Y esta afirmación se refiere no sólo a gran parte de la información que la mayoría de los medios difunden, sino también a una ingente cantidad de libros escritos después, y, lo que es más grave, la propia percepción que tienen del pasado quienes sufrieron el conflicto de un modo u otro, y aparentemente no murieron en él, de un modo u otro. Porque, para sobrevivir con el menor riesgo posible a la caída en la barbarie que es una guerra, se hace necesario amputar, enmascarar. Cortarse la memoria, afeitarse los fantasmas, teñirse mechas en las asociaciones, no sea que los recuerdos exactos despellejen esa tupida costra de embrutecimiento con que el espíritu se guarda de las llagas abiertas en su carne. Los vencedores falsifican, los vencidos mistifican; unos y otros, por peores o mejores intenciones, o nos mienten o se mienten.

Restablecer la verdad y grabarla a fuego para las generaciones venideras es el trabajo de los buenos historiadores, una tarea que requiere honestidad, perseverancia y tiempo. Pero nosotros no podemos esperar. No podemos tumbarnos a dormitar mientras aguardamos a que llegue el Herodoto que habrá de contar lo que nos pasa; si es que existe. Las personas de ahora mismo, especialmente aquellas que disfrutamos del inmenso privilegio del uso de las nuevas tecnologías, no podemos ni queremos ni, sobre todo, debemos esperar. Tenemos la obligación de acercarnos a la verdad tanto como nos sea posible, y la sagrada responsabilidad de divulgarla. Los hechos del presente nos atañen, lo hemos dicho en las calles y espero que seamos capaces de regresar a ellas tantas veces como nos sea preciso. Y si los hechos nos competen, también su narración.

No podemos permitir que se adueñen del relato periodistas surtidos con un uniforme de camuflaje y un carné plastificado amarillo, proporcionado por el comando militar norteamericano de Kuwait, en el que figuran el nombre del usuario, su fotografía, el emblema de la Operación Libertad Duradera, y el lema: "No Dudaremos, No Fracasaremos". No podemos permitir que nos suministren la información enviados especiales y habituales, que parecen excitarse al nombrar el tamaño y la capacidad de actuación de los aviones, o al enumerar la cantidad de bombas y su efectividad. Tampoco debemos ponernos en manos de los llorones narradores adictos al calor local, ni de los recolectores de las anécdotas humanas, ni de los intrépidos libertadores de ciudades oprimidas. Ni siquiera debemos confiar en aquellos que, de la verdad, nos contarán la parte que más nos apetece conocer, la que no nos perturba.

Si algo hemos aprendido en los últimos meses, a fuerza de navegar por la Red y de protestar y de buscar, es qué hay mucho que mirar y analizar y seleccionar, y que únicamente aislando partículas y yendo de un lado a otro y volviendo, y dudando y recomponiendo, lograremos aproximarnos a lo que ocurre en la realidad. La experiencia ha sido intensa. Mentiras que empujan a la guerra, cuidadosa y variadamente envueltas en crujientes estuches de justificación, han sido pronunciadas hasta la saciedad en las tribunas públicas. Frases rimbombantes de estadistas y de su correspondiente floración de acólitos, tan pródigamente difundidas, han bateado nuestros oídos hasta dejarlos grogui. Pero nos hemos defendido y hasta hemos contraatacado. Y ahora, hartos de propaganda y de milongas, nos encontramos con un entrenamiento del que no disponíamos ante otros conflictos del pasado. Poseemos instrumentos para la comunicación, y la seguridad de que ahí estaremos, cada cual en su sitio.

Conocemos los nombres de los independientes, de los libres. Sabemos quiénes son los represaliados, los desterrados, los desafectos. Y no queremos contemplar pasivamente el espectáculo. Pasividad es complicidad. Complicidad es crímen.

Que ni por un minuto nadie crea que el mal que distribuye ha pasado por bien. Y que no se nos olvide exigirles que paguen por el mal que hicieron.